Wednesday, May 6, 2009


En los confines de Etiopía a orillas del río Omo viven hombres, mujeres, niños, ancianos, que pintándose el cuerpo se convierten en genios de un arte ancestral... Hans Sylvester fotografió durante seis años a los habitantes de un área entre las fronteras de Etiopía, Sudán y Kenia, dentro del gran valle de Rift que se separa lentamente de África. Una región volcánica que ha creado grandes sedimentos de rocas y barros pigmentarios: el ocre caolín, el caolín blanco, el verde del cobre oxidado,
los amarillos luminosos, las cenizas que van desde el negro al blanco pasando por toda la gama de grises, han hecho de esta parte del mundo una paleta de autor, que se usa para embellecer caras, rostros, cuerpos de ancianos, de niños, de hombres y mujeres. Basta el deseo de seducir, de ser bello, un juego y un placer permanente. Sumergir los dedos en la arcilla y, en dos minutos, sobre el torso, los pechos, el pubis, las piernas, nace nada menos que la esencia que captaron Picasso, Klee, Pollock, Rothko… “Dibujan con las manos abiertas, con sus uñas, a veces
con un palito de madera o ayudados por unas hojas y unas palmas. Sus gestos
para pintar son rápidos, espontáneos y van más allá de lo infantil y de lo que
buscan los maestros de la pintura contemporánea”, dice Sylvester para describir
el arte que ha vivido y que ha registrado a través de su lente.

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