Sunday, August 30, 2009

UN SUEÑO DE CHILLIDA

Un sueño

Tinadaya es un sueño. Una noche de 1990 Eduardo Chillida se despertó con la idea de trabajar directamente en el interior de una montaña, de sacar la piedra para meter el vacío. Días más tarde, relató aquella sensación en una radio francesa, y le llovieron ofertas para visitar colinas en Finlandia, Suiza y Sicilia. Fue el arquitecto Fernández Ordóñez quien finalmente descubrió la montaña del diablo o de las brujas, como denominan a Tindaya los lugareños del municipio de La Oliva.

Aquella montaña que surgía del mar entre acantilados de basalto negro, se dijo Chillida, era el lugar ideal para un proyecto concebido en homenaje a la tolerancia y a la hermandad entre todos los hombres. La primera vez que el escultor vasco pensó en trabajar una escultura desde dentro de la materia fue en los años setenta, cuando trabajaba con profesor en la Universidad de Harvard.

Releyendo la obra de Jorge Guillén, con el que compartía el proyecto de un libro, se inspiró en Más allá, en el verso donde el poeta afirma que lo profundo es el aire, para realizar una serie de grabados sin tinta, donde la imagen queda impresa mediante el sello seco. «Repetí mentalmente el comentario que me produjo la primera vez que la leí: 'Amigo Jorge, eso será tuyo pero también es mío porque yo me he pasado la vida buscando en el espacio'», ha reconocido Eduardo Chillida.

El proyecto de Tindaya comparte además otro aspecto presente en la obra del escultor guipuzcoano: la unión del arte y la naturaleza, lo que encuentra antecedentes en El peine de los vientos y en el Elogio del Horizonte, en Gijón.


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