Saturday, June 27, 2009



El Museo del Louvre, arte privado, arte público
16-04-2008 | Mª José Rubin


Refaccionado, ampliado, mejorado y reconstruido en numerosas ocasiones, el palacio del Louvre guarda entre sus muros dos joyas de valor incalculable: el acervo de piezas de arte más visitado del mundo y la historia del tránsito de las colecciones privadas a las colecciones públicas a que dio paso la Revolución.

Palacio de Louvre, Par�s, Francia

Originalmente, el Louvre era una fortaleza del siglo XII. Carlos V acumuló allí sus colecciones artísticas, imprimiéndole un matiz radicalmente diferente. Más tarde, Francisco I y Enrique II planearon las reformas que lo convirtieron en una residencia real renacentista. Catalina de Médicis –quien supo disputarle a Diana de Poitiers el magnífico Chenonuceau, en el valle del Loira– bosquejó el proyecto que, continuado por Enrique IV, hizo del Louvre el soberbio palacio que es hoy en día.

Pero la construcción del Palacio de Versalles, a pedido de Luis XIV, hizo caer al Louvre en desuso. En el siglo XVIII se le encomendó una nueva misión, siendo ocupado por la Academia Francesa. Numerosas exposiciones anuales de la Academia de Pintura y Escultura tuvieron lugar entre sus muros.

En 1792, las colecciones de la corona fueron instaladas allí. El 8 de noviembre del año siguiente, en plena Revolución Francesa, las puertas del palacio fueron abiertas al público, en calidad de museo. Así, el Louvre se constituyó en precedente de todos los grandes museos nacionales europeos y norteamericanos.

La última modificación introducida al Louvre ocurrió en 1989. La gran pirámide de cristal diseñada por Ieoh Ming Pei fue objeto de polémica durante el mandato del presidente Mitterrand, al igual que supo serlo el Centro Pompidou. Con una altura de 21 metros y medio aproximadamente, fue pensada como solución para las largas colas de gente que se formaban a diario para visitar el museo, además de añadir nuevos espacios de exposición. Su modernidad de vidrio contrasta con el clasicismo del museo de una forma asombrosa que, pese a las opiniones a favor y en contra, resulta una vista única en una ciudad de por sí mágica.

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